«El espacio, la frontera final...» Para los que no se acuerdan, ese era el inicio en castellano de «Viaje a las estrellas», serie de televisión con la cual crecí, soñando que algún día yo conquistaría esa frontera. Incluso mi elección de carrera profesional fue influenciada por mis sueños de ir al espacio: una vez, regresando del colegio a casa, le pedí a mi padre que me aconsejara sobre qué estudiar para ser astronauta y me digo que ingeniería en electrónica. Y así lo hice, y hoy día, pues soy un profesional en las tecnologías espaciales... ¡en Europa! Hace ocho años escribí un artículo en mi antiguo blog en el que discutía porqué me había ido de Guatemala y porqué me había quedado en Europa (recientemente transferido a este blog). ¿Cómo ha cambiado la situación desde entonces?
Desde hace un par de años la prensa guatemalteca ha estado siguiendo el proyecto del primer satélite guatemalteco. El año pasado, el periódico Prensa Libre concedió su condecoración anual «Personaje del año» al equipo que ha trabajado en este proyecto. No puedo hacer menos que felicitar a ese equipo profusamente. Tengo la suerte de conocer a uno de los promotores de ese proyecto y le he felicitado personalmente por semejante logro. Hace veinticinco años, cuando era yo un joven universitario en Guatemala, solo podía soñar con poder intervenir en semejante proyecto. Me alegra sobremanera que hoy día haya jóvenes que tienen esa oportunidad.
La pregunta que yo hago es: ¿y ahora qué? Comienzo por aclarar que esta pregunta no se la hago a la gente que impulsó y que trabajo en este proyecto. Ellos ya hicieron mucho y conociéndolos estoy seguro que van a intentar hacer más. Lo que yo pregunto es cómo evitar que un logro tan importante se vuelva un logro de una sola vez. ¿Cómo hacer para que semejantes historias de éxito no sean excepcionales sino la regla? ¿Cómo evitar que las historias de éxito sucedan una sola vez y que no se repitan?
El problema de este tipo de proyectos es que son caros. En los países desarrollados, como los europeos o los Estados Unidos, es el gobierno el que planta las semillas con financiamiento al inicio de los programas de alta tecnología que piensan tendrán beneficios para el país. Por ejemplo, recientemente descubrí que Bélgica interviene más del 2% de su PIB en investigación y desarrollo y la prensa se queja porque el objetivo de 3% no será alcanzado en 2020.
Un buen ejemplo son las tecnologías espaciales. Los primeros satélites de telecomunicaciones fueron puestos en órbita por las agencias espaciales de los Estados Unidos, la Unión Soviética y Europa. Pero hoy día, seis o siete décadas más tarde, ¿quiénes son los que ponen más satélites de comunicaciones en órbita? Pues los operadores privados. En Europa, SES o Eutelsat, en los Estados Unidos Intelsat u Orbcomm, y otros. Las semillas que fueron plantadas usando financiamiento público hoy día han florecido en grandes conglomerados privados que producen servicios de punta y que generan miles de empleos.
Más cerca está México. Ese país tiene una Agencia Espacial que es una entidad pública. ¿Qué hacen ellos? pues justamente colaborar con universidades y otras agencias espaciales fuera para que México desarrolle las competencias necesarias en las tecnologías espaciales que pueden contribuir al desarrollo del país. He tenido la oportunidad justamente de conocer personas de esa agencia en congresos internacionales de astronáutica y ellos lo que buscan, en esta fase de su desarrollo, son colaboraciones para crear el conocimiento necesario para luego ellos poder hacer sus propios proyectos.
Alguien me dirá que Guatemala es muy pequeño para esto. Y puede que sea cierto. Entonces, ¿porqué no montar una agencia a nivel centroamericano? El Sistema de integración centroamericana tiene instituciones políticas y establece cooperaciones en materia económica. ¿Porqué no en educación e investigación? Por ejemplo, una Agencia Espacial Centroamericana, un Instituto Centroamericano de Investigación de Tecnologías de la Información, o una Escuela Doctoral Centroamericana para ciencias puras (como la física o la matemática). Ya es hora de que podamos ser «lo que queremos ser», como decía el himno de los Juegos Centroamericanos de 1986. Al fin y al cabo, Centroamérica tiene ya lo más difícil de conseguir para tales instituciones: talento.
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