Otro de los sectores fuertemente afectados por la pandemia COVID-19 es el de la llamada «economía informal». Pero, ¿qué es? Investigando para este artículo descubrí que hay muchas y variadas definiciones de este fenómeno. Algunas incluyen actividades ilegales, como el tráfico de droga o de personas pero no es de estos escabrosos temas de los que quiero hablar. Por ello me quedo con la definición que encontré en el sitio Economipedia: «La economía informal es aquella donde las condiciones laborales no siguen un marco legal» y completa diciendo que «no paga los impuestos correspondientes.» Además, este sitio, hace una división entre «economía informal» y «economía sumergida» diciendo que «La economía sumergida engloba tanto la economía ilegal, que es aquella explícitamente prohibida, como aquellas actividades que, aún siendo permitidas, no son declaradas. Y a esto último se le conoce como economía informal.».
Resumiendo el aburrido párrafo que acabo de escribir, para los usos de este artículo, la economía informal será considerada como aquellas actividades económicas legales que no son declaradas ni al fisco (para pago de impuestos) ni al las autoridades laborales (para pago de la seguridad social) ni a otras autoridades relevantes (como las autoridades sanitarias). Esto incluye actividades como el servicio doméstico, ventas en los mercados, importación de vehículos, etc. Según la Organización para la cooperación y desarrollo económico (OECD) los porcentajes de contribución de la informalidad a la economía en su conjunto varía entre los países de la región latinoamericana entre un poco menos del 30% hasta un 70% lo cual es enorme, sobre todo cuando se considera las consecuencias.
Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con el coronavirus?. La pandemia ha tenido consecuencias dramáticas en la economía en general, acentuadas en particular en el sector informal. La primera, y más evidente, es crear un sector gigantesco de la población que no tiene una protección social en caso de una calamidad, como la actual: los trabajadores no tienen seguridad social, los negocios no tienen acceso a seguros, los dueños de los mismos no tienen acceso a crédito ni a planes de salvamento del estado para salvar sus inversiones cuando el mercado se esfuma de la noche a la mañana como está sucediendo ahora. La informalidad también crea una competición salvaje que empuja los precios hacia abajo, tanto que la gente termina, muchas veces, por vivir al día a día (piense, por ejemplo, en las personas que se dedican a la limpieza o a lavar ajeno); el ahorro, para tiempos de crisis, es simplemente imposible. Todo lo anterior se traduce en una situación muy simple: si no trabajo, no como.
Que el 90% de empleados en la informalidad estén en riesgo de caer en la pobreza explica que la gente esté dispuesta a desafiar los toques de queda y las cuarentenas para trabajar. Cierto, el coronavirus tiene una mortalidad de entre el 2% y 4% dependiendo la fuente que se consulte, pero no comer tiene una mortalidad del 100%.
En los párrafos anteriores mencioné los efectos que una crisis como la actual puede tener en las personas directamente involucradas en la economía informal. Pero si usted está en la formalidad, no se crea que está a salvo porque una informalidad tan elevada tiene también un efecto social. Arriba mencioné que la economía informal «no paga los impuestos correspondientes.» En la mayor parte de países de Latinoamérica, el estado tiene una obligación de proveer salud a sus ciudadanos. Pero si más del 50% de la actividad económica no está pagando impuestos, el estado no tendrá los recursos para atender las necesidades que las constituciones y otras leyes le obligan a satisfacer. Es por ello que los sistemas de salud dan la impresión de estar siempre en crisis (y la educación, y la seguridad...). Es simple matemática: el estado no puede cubrir eficazmente las necesidades del 100% de la población con contribuciones del 45%.
Luego viene el efecto en el incumplimiento de normas y leyes. En la crisis actual, la higiene es determinante para atacar el virus pero si los negocios, oficialmente, no existen, ¿cómo se puede entonces controlar que las medidas de desinfección e higiene sean aplicadas? Los inspectores de higiene, para poder inspeccionar, necesitan saber a dónde ir. Ahora bien, esta es la situación actual pero no es única: las casas construidas por albañiles que no conocen las normas de construcción están en riesgo de caerse al primer temblor, comadronas que no siguen los procedimientos adecuados para los partos contribuyen a elevar la mortalidad materno-infantil, chóferes de transporte público que no están adecuadamente entrenados en el uso de sus máquinas contribuyen a accidentes mortales, instalaciones eléctricas hechas por electricistas no calificados constituyen un riesgo de incendio, etc. Y por favor note que ese «etcétera» es enorme. Aunque usted esté dentro de la formalidad y que respete todas las leyes aplicables a su negocio, piense a la última vez que ordenó comida durante esta crisis. ¿Puede usted estar tranquilo que no estaba contaminada con el virus?
La pandemia actual ha dejado al descubierto los efectos nefastos que los altos índices de informalidad económica tienen en caso de crisis. No solo en la población activa en ese sector, sino en la sociedad en general. Por ello, una lección que hay que sacar de esta situación, es que es necesario y urgente reducir la economía informal. No hace falta hacer cambios revolucionarios con gran impacto social. Se puede comenzar, por ejemplo, por la creación de programas de formación a las regulaciones de los diferentes oficios críticos para la sociedad. También se pueden crear de sistemas de seguridad social voluntarios, a los que los empleados informales se puedan hacer contribuciones según sus capacidades financieras y que, a cambio, reciban prestaciones fundamentales como servicios médicos, dentales, pensión o, incluso, un seguro de desempleo como el que mencioné en mi artículo anterior. Más tarde se puede incorporar, paulatinamente, a estas personas a la economía con todos sus derechos... y obligaciones.
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