El COVID-19 sigue con dejando su rastro de enfermedad y muerte alrededor del mundo. Este artículo, sin embargo, no va a tratar sobre la pandemia en sí misma sino más bien sobre un problema crónico que ésta ha puesto aun más en relieve: la crónica... ¿qué digo «crónica»? La permanente crisis en la que se encuentran los sistemas de salud en muchos países latinoamericanos.
Como lo dije en algún artículo anterior, esta pandemia ha doblegado algunos de los sistemas de salud más avanzados del mundo: el de Francia, el de España, el de Italia, por mencionar solo unos cuantos. Según el Banco Mundial, Francia tiene 6.5 camas de hospital por mil habitantes, España 3 e Italia 3.4. Guatemala, en cambio, tiene 0.6, El Salvador 1.3, Honduras 0.7, Nicaragua 0.9 y el mejor de la clase regional es Costa Rica que, con 1.2, está a un nivel similar al de México, que tiene 1.5.
Podemos ponernos en una competencia entre países en este punto pero el hecho es que, como región, estamos muy lejos de los países desarrollados de, por ejemplo, Europa. Esto nos deja en una situación frágil al momento de enfrentar crisis de salud pública, las cuales, debido a nuestra situación geográfica y social, son más frecuentes que en los países europeos. Nuestro objetivo en esta materia no debiese ser llegar a ser comparables a Europa sino incluso superarla porque América Latina hay violencia, terremotos, huracanes, enfermedades tropicales, desnutrición crónica y otros muchos problemas que requieren atención de salud que no hay en Europa.
El problema no sólo es la capacidad actual sino el hecho de que ésta traiga una tendencia a la baja desde ya muchos años. Tomo el caso de Guatemala, el que conozco mejor por haber vivido allí. Proveer salud pública es una obligación constitucional en ese país. Sin embargo, mientras crecía en el área metropolitana de la capital, hace ya más de 30 años, había en la ciudad únicamente dos hospitales públicos. Hoy día, en 2020, en la misma área, ¡siguen habiendo únicamente los dos mismos hospitales públicos! (aclaro «en la misma área» porque un hospital sí que fue habilitado en un municipio que, por aquellos tiempos, no era considerado parte del área metropolitana pero hoy, debido al enorme crecimiento de la ciudad, lo es).
En el mismo período, sin embargo, la población en el país se ha prácticamente duplicado, pasando de poco más de 8 millones y medio de habitantes a más de 17. La progresión en el área metropolitana ha sido incluso mayor, como cualquiera que tiene que conducir en Ciudad de Guatemala y sus alrededores experimenta día a día. Y como los hospitales siguen siendo los mismos, la cantidad de camas de hospital por mil habitantes no para de reducirse.
Este déficit es compensado por el sector privado pero allí entran otros problemas. El primero es el acceso: no todo mundo puede permitirse ir a un hospital privado, solamente aquellos que nadan en la abundancia o que tienen acceso a un seguro médico, lo cual sigue siendo relativamente caro. El segundo problema es la calidad del cuidado: se puede encontrar en el mercado hospitales que serían la envidia en ciertos estados de los Estados Unidos y otros donde la calidad del cuidado no supera, o es incluso inferior, a la de los hospitales nacionales, su única ventaja siendo la disponibilidad.
¿Cómo resolver este problema? La respuesta es evidente: ¡construir más hospitales! Sobre todo en países como Guatemala, donde la salud es un derecho fundamental reconocido en la Constitución, el estado tiene una obligación de hacer los esfuerzos necesarios para que la tendencia de reducción de camas de hospital no solo se detenga sino se revierta hasta alcanzar un nivel en concordancia, como mínimo, con el promedio internacional que es alrededor de 5 camas por 1,000 habitantes. Además, si se elige dejar una parte de la prestación de servicios de salud a la iniciativa privada, es necesario asegurarse que los estándares mínimos de calidad son cumplidos. Este es un paso necesario, aunque no único, para que la vieja promesa de acceso universal a la salud sea cumplida.
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