Uno de los efectos más visibles de la pandemia COVID-19 ha sido la drástica reducción de los viajes alrededor del mundo. Las limitantes a reducir los desplazamientos a aquéllos que son considerados como «indispensables» resultan en que la industria del viaje y del turismo sea una de las grandes víctimas de esta crisis sin precedentes. La Organización mundial del turismo lo confirma en su sitio web: un 22% de reducción a nivel global en llegadas de turistas en el primer trimestre y un 57% solo para marzo. Esto es un desastre para la industria en general, ¿pero cómo se han visto afectados diferentes países?
El país que los turistas más visitan en el mundo es Francia, con 89 millones de turistas por año pero no son los únicos. Latinoamérica en general y Centroamérica en particular son destinos turísticos muy populares: por ejemplo, Guatemala es visitada por cerca de 2 millones de visitantes por año (normal) y Costa Rica 3 millones. El turismo representa en le 9.7% del producto interno bruto (PIB) de Francia y 10.2% del de Guatemala (según las mismas fuentes).
Con las fronteras, los aeropuertos, las playas, los bares, los restaurantes cerrados, alrededor del 10% del PIB de esos países se ha esfumado para este año. Las consecuencias son dramáticas tanto para los países desarrollados como aquellos en vías de desarrollo y cómo manejar el flujo de banca rotas con la consecuente pérdida de empleos será vital. Para ello se necesita, primero, medios de emergencia social que impidan que los afectados caigan en la miseria (como el seguro de desempleo que discutí en un artículo anterior) y, segundo, una economía capaz de absorber, sino a todas, al menos a la mayoría de personas que enfrentes problemas debido a esta situación.
Para ello es clave tener una economía diversificada. Francia, por ejemplo, tiene otros sectores económicos fuertes: es un país agrícola, donde se producen quesos, vinos, trigo, etc; es un país industrial que produce vehículos y bienes de lujo; tiene un sector financiero fuerte y además tiene un sector de servicios bastante desarrollado, más allá del turismo. Lo mismo se repite en otros países desarrollados donde este sector es importante: por ejemplo, en República Checa, Praga es una de las ciudades más turísticas a nivel mundial en la que, durante los meses de verano, literalmente cuesta dar tres pasos seguidos debido a la masa de turistas pero que este año está vacía. Sin embargo, al mismo tiempo, la República Checa es uno de los fabricantes de automóviles más importante de Europa y producen y exportan algunas de las mejores cervezas del mundo, total una economía diversificada que ha soportado relativamente bien (no incólume, cierto) esta crisis. Ver las plazas vacías es extraño y, aunque hay muchos lugares que han cerrado, hay otros sectores económicos que han continuado a funcionar a todo vapor durante el confinamiento y los meses que le han seguido.
En Guatemala, mientras tanto, la economía es frágil porque, justamente, le falta diversificación. El principal producto de exportación del país es su gente, los inmigrantes que se van a buscar suerte a Estados Unidos y que mandan las remesas. El turismo es igualmente importante, pero si alguno de esos pilares falla, el desastre está asegurado. Hoy día Guatemala (y otros países de la región) se dirigen a ese escenario catastrófico: el turismo detenido, los inmigrantes no pueden trabajar en Estados Unidos por las medidas de confinamiento en ese país. Solo allí ya son dos pilares económicos que fallan... ¡y no quedan muchos más! La agricultura, la minería, un incipiente sector de servicios liderado por los centros de llamadas. Haciendo una analogía, si la economía de un país fuera un carro, esta crisis sanitaria le ha causado severas abolladuras a la carrocería de los europeos, pero a los latinoamericanos les ha quitado una o dos ruedas.
Aquí hay un ejemplo del que se puede aprender: hace algunos años tuve la oportunidad de trabajar en Luxemburgo en donde, a mediados del siglo pasado, se introdujo el secreto bancario, con la intención de convertirse en un centro financiero mundial. La apuesta funcionó y a principios del siglo XXI, Luxemburgo era una de las plazas financieras más importantes de Europa y del mundo con un sector financiero que generaba una gran cantidad de empleos lo que le llevó, pese a ser el país más pequeño de la Unión Europea, a ser el que tenía el PIB per capita más importante.
En la primera década del siglo XXI hubo un movimiento mundial contra las plazas financieras como Luxemburgo pues eran percibidas como sitios donde los grandes capitales escondían dinero para evadir impuestos. Los gobiernos vieron la situación y, con mucha inteligencia, comenzaron a invertir en otros sectores de la economía: telecomunicaciones, centros de cómputo, tecnologías espaciales y otros sectores. Entonces llegó 2008: la gran crisis financiera golpeó el sector financiero del país fuertemente. Yo tuve la oportunidad de ver como múltiples bancos desaparecieron de la noche a la mañana con las consecuencias que ello llevaba: desempleo, caída de negocios conexos, etc. Sim embargo, la crisis no fue tan severa en Luxemburgo como fue en otros países porque el país ya había robustecido su economía apuntalándola con otros sectores económicos. No fue que no dolió ni que haya sido fácil, pero el impacto fue mitigado.
Por ello es que creo que una de las lecciones del coronavirus es que, los gobiernos actuales y por venir en América Latina, tienen que hacer esfuerzos para diversificar las economías. Como dice el adagio, no es bueno poner todos los huevos en la misma canasta; pero en este caso tampoco en dos o tres. En el caso de la economía de los países, hay que ponerlos en diez o quince para que si un sector falla, queden otros que puedan cubrir esa falta y garantizar que los damnificados, y la sociedad en general, no pierdan su calidad de vida.
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